Salomón y sus OVNIS

 

LAS MÁQUINAS VOLADORAS DE SALOMÓN

 

Si indagamos un poco, descubriremos que Salomón (996-926 A.C.), hijo del rey David y Bersabé, llegó a ser uno de los reyes más ricos, poderosos y sabios de su época gracias a sus muchas virtudes, entre ellas la de organizar el estado de Israel en doce provincias, crear un poderoso ejército equipado con numerosos carros de combate y construir, por supuesto, el soberbio Templo de Jerusalén. También se le atribuye la creación de una de las mejores flotas marinas del mundo, con un puerto situado en Ezión-Gueber, cerca de Elat. Sus buques los construían los hebreos pero, curiosamente, los tripulaban los fenicios, que eran mucho mejores navegantes. El oro entraba a raudales y lo buscaban en un lejano y fabuloso país llamado Parvaim, cuya ubicación exacta aún es objeto de debate. Pero no vamos a hablar aquí de esos viajes náuticos.

 

Si conocida era su flota marina, su flota aérea lo era mucho menos. Mejor dicho, prácticamente ignorada. Según la tradición, el rey Salomón (Suleimán para los árabes) poseía la capacidad de trasladarse por los aires en “aparatos voladores”, y esta información, aunque parezca mentira, procede directa o indirectamente de al menos tres textos religiosos: el Corán, el Kebra Nagast y el Targum.

 

Las tradiciones orientales recogidas en el Corán hacen veladas alusiones al conocimiento que debió tener Salomón sobre alguna técnica aérea.

 

La fama de la sabiduría y la riqueza de Salomón superó los confines de sus dominios y atrajo a su corte a la reina de Saba, llamada Maqueda, procecente al parecer de Etiopía. Maqueda se enamoró de él y juntos vivieron un apasionado idilio que dio su fruto: un niño al que se le dio por nombre Menelik. Aquí tenemos que acudir al antiguo texto etíope titulado Kebra Nagast (La gloria de los reyes), fechado en el siglo XIII D. C. y escrito originalmente en la lengua primitiva ge´ez.

 

El Kebra Nagast contiene la versión más antigua que se conserva de la reina de Saba y el rey Salomón, el nacimiento de Menelik en Etiopía y el robo del Arca de la Alianza del primer Templo de Jerusalén. Se relata con todo tipo de detalles que el rey Salomón poseía un carro celeste (aeronave, lo llamaríamos ahora) con el que recorría en un día la distancia que tardaría tres meses en cubrir de ir a caballo.

 

Cuando la reina de Saba descubre que va a tener un hijo de Salomón, se marcha de Jerusalén. Al respecto, el Libro I de los Reyes (capítulo 10) es parco en palabras: “El rey Salomón dio a la reina de Saba todo cuanto ella deseó… Después volvió ella a su tierra con sus servidores”. Pero el Kebra Nagast no se anda con rodeos y detalla cada una de estas ofrendas:

 

--Él le dio las exquisiteces y riquezas más codiciables, cautivadores trajes y todas las magnificencias deseables en el país de Etiopía, camellos y carros en número de seis mil, cargados con costosos y apetecibles utensilios—

 

Además de todo esto, le ofreció una “nave aérea” y muy particular: carruajes con los que recorría el país y un carro que podía desplazarse por el aire que él mismo había confeccionado con arreglo a la sabiduría que le confiriera Dios (capítulo 30). Es decir, se hace una clara distinción entre carruajes para viajar por la tierra y el carro que se desplazaba por el aire.

 

Veinte años después, Menelik regresaría a Jerusalén para ver a su padre. Salomón lo reconoció inmediatamente y le ofreció toda clase de honores. Al cabo de un año de estancia, los ancianos de Israel se quejaron de que Salomón mostrara excesiva preferencia por él e insistieron en que su hijo debía regresar a Etiopía. El Kebra Nagast afirma que fue Menelik I quien, como venganza, robó el Arca y alguno de los “carros volantes” de Salomón. Eso sí, antes sustituyó el Arca auténtica por una copia y luego se la llevó por “los aires” hasta ocultarla en Axum (Etiopía).

 

Precisamente, en uno de estos carros aéreos regresó Menelik a su tierra con todo su séquito.

 

Según el libro etíope, cuando los sumos sacerdotes indagaron y preguntaron a sus vecinos egipcios, estos les contestaron: “Hace largo tiempo que las gentes de Etiopía pasaron por aquí conduciendo un carro como los ángeles y más veloces que el águila en los cielos”.

 

El afán viajero de Salomón ha dejado rastro en las leyendas locales y en la toponimia de algunos enclaves geográficos. Sabemos que cada mes el rey visitaba a su amada reina, cubriendo la distancia Jerusalén-Marib (Yemen) o Jerusalén-Etiopía en tan solo medio día. También viajó cinco mil kilómetros más hacia Oriente para edificar templos y residencias megalíticas en determinados montes estratégicos situados en los actuales Irán y Pakistán y también en la zona de Cachemira (India). Todos estos montes reciben el nombre de Taks-i-Suleimán, o tronos de Salomón.

 

Uno está situado cerca de la ciudad de Srinagar, la capital del valle de Cachemira. Según la leyenda, Salomón llegó allí con su trono volante, encauzó el torrente y desecó los pantanos; por eso a Cachemira la llaman también el “huerto de Salomón”.

 

Otro de los montes estaría al oeste de la ciudad pakistaní Dera Ismail Khan, con sus 3.441 metros de altitud. El tercer “trono de Salomón” se situaría al noroeste de Irán, con 2.400 metros de altitud.

 

La pregunta sería si ese “medio sobrenatural” de transporte del que disponía Salomón pertenecía a la familia de los “vimanas” (palabra sánscrita que significa máquina voladora) utilizados en la India en una época antigua, es decir, hace unos tres mil años, según aseguran el Ramayana, el Yajurveda y otros textos sagrados hindúes.

 

Extractos del libro VIAJES INEXPLICABLES, de Jesús Callejo y Cris Aubeck
 
Axum, Etiopía